Cuando el Derecho no se entiende, no protege
Cuando el lenguaje jurídico confunde, la justicia se aleja. Aprende a detectar trampas discursivas y a exigir claridad para que no te mareen.
DERECHO
Abg. Carlos González
2/20/20255 min leer


Desde que me gradué y empecé a moverme por los tribunales, me di cuenta de algo que no siempre decimos en voz alta, pero que muchos hemos visto —o incluso hecho— alguna vez: hablar en “modo abogado”, sin pensar que, al final, quien más necesita entender, no lo está haciendo. Frases interminables, tecnicismos por todas partes, citas doctrinarias que muchas veces repetimos más por costumbre que por un aporte verdadero.
No hablo como alguien ajeno al gremio, lo digo como abogado y parte del “mundo jurídico”. Creemos, en ocasiones, que, mientras más complicado suene lo que planteamos, más seriedad o autoridad proyectamos. Pero la verdad es que, en esa complejidad innecesaria, corremos el riesgo de alejarnos del propósito más noble de nuestra profesión: servir, proteger y comunicarnos con claridad para ayudar a quien lo necesite.
Cuando utilizamos un lenguaje que pocos entienden, levantamos barreras en la comunicación. Y esas barreras, aunque no sea nuestra intención, pueden hacer que una persona no comprenda qué está firmando, qué le están exigiendo o qué obligaciones tiene. En lugar de darle herramientas, la dejamos con más dudas… incluso peor de cómo llegó.
Este artículo nace a partir de esa reflexión. No para señalar a nadie con el dedo, sino para mirar nuestra práctica y revisar juntos algunas de esas expresiones que solemos emplear sin pensar y que podrían estar dificultando el acceso a la justicia, ese derecho que debería ser verdaderamente universal. Porque si algo he aprendido en estos años, es que cuanto más claro hablamos, más útil se vuelve nuestra labor jurídica para todos.
Ahora bien, para que esto no se quede solo en críticas o en pura habladera de p…, quiero mostrarte algunos ejemplos concretos de malas prácticas discursivas dentro del ámbito legal.
Son formas de hablar o escribir que, en lugar de aclarar, oscurecen. Suenan jurídicas, pero que con frecuencia "embarullan" más de lo que explican.
Revisarlas una por una puede ayudarnos, como abogados, a reconocer esos errores y no repetirlos.
Y a ti, que me estás leyendo y no eres abogado, a identificar este tipo de “estilo” y no dejarte confundir.
1. Leguleyada: cuando lo legal deja de ser justo
La palabra leguleyada se refiere al uso retorcido y superficial del Derecho. Es cuando alguien conoce las normas, pero no su espíritu. Se ampara en tecnicismos para torcer la verdad, para ganar un juicio aunque no tenga razón.
Un leguleyo no busca justicia: busca ventaja. Y eso es peligroso.
No es necesario ser abogado para darse cuenta. Basta con prestar atención al fondo: ¿la argumentación busca proteger principios o esconder responsabilidades? Si la respuesta es la segunda, estás frente a una leguleyada.
2. Barroquismo jurídico: el arte de decir mucho para decir nada
Este término suena bonito, pero es venenoso. El barroquismo jurídico es esa tendencia a escribir —o hablar— enredado, lleno de giros innecesarios y palabras altisonantes que opacan lo que debería ser claro.
Seguro te has encontrado con una sentencia de 50 páginas, cargada de enunciados complejos y un vocabulario arcaico o excesivamente técnico, que pudo haberse resumido en un párrafo.
Este barroquismo no es casual. A veces se usa para tapar inconsistencias, otras para presumir conocimiento… o simplemente para desmotivar a quien intenta comprender lo que realmente se decidió.
3. Jerga críptica: el idioma secreto de algunos abogados
La jerga críptica es esa colección de términos que solo entienden quienes pasaron por la facultad de Derecho… y no siempre. Frases que podrían explicarse en español simple, pero se repiten como si revelar su significado le hiciera perder el “poder” al abogado que las dice.
¿El resultado? Personas confundidas, que aceptan decisiones sin enterarse de las consecuencias. Ciudadanos que se sienten tontos o ignorantes. Y eso no es solo injusto… es inaceptable.
4. Verborrea jurídica: mucho ruido, poca justicia
La verborrea jurídica es prima hermana del barroquismo, pero con una personalidad propia. No se trata de adornar el lenguaje con complicaciones innecesarias, sino de hablar —o escribir— en exceso, usar más palabras de las necesarias y perder de vista la idea central. Es repetir lo mismo varias veces, dar rodeos innecesarios, entrar en explicaciones que no aportan y, al final, no decir nada útil.
En ocasiones nace de la inseguridad. Otras, de hábitos que arrastramos sin cuestionar. Y con frecuencia, simplemente, de no tener clara la idea que se quiere transmitir.
Sea cual sea la causa, casi siempre termina en lo mismo: textos confusos, tediosos y poco efectivos.
Y si el mensaje no se entiende… el Derecho tampoco.
5. Oscurantismo legal: cuando el Derecho se vuelve incomprensible
Este es un término fuerte, pero necesario. El oscurantismo legal se refiere a esa práctica de mantener las leyes y los procedimientos redactados de manera deliberadamente confusos e inaccesibles.
Cuando una persona no sabe qué se está decidiendo sobre su caso, cuando no puede interpretar una sentencia o necesita que alguien le “traduzca” el lenguaje legal para ejercer su derecho… estamos frente a un sistema oscuro. Y lo que es oscuro, difícilmente puede ser justo.
6. Legaloide: el disfraz legal de lo ilegal
Un legaloide es esa acción que parece ajustarse a la ley… pero que en el fondo no lo hace. Como cuando un contrato impone cláusulas que violan la Constitución o los derechos humanos, pero está redactado de tal forma que nadie lo nota.
Los legaloides son trampas. Estructuras construidas para parecer válidas, pero que vulneran normas jurídicas por el estilo en que están diseñadas o por su contenido. Y lo peor es que, a menudo, se sostienen simplemente porque nadie las cuestiona.
7. Tecnicismo inútil: la trampa disfrazada de precisión
Los tecnicismos inútiles son esos términos que se usan para aparentar precisión, pero que en realidad no aportan nada al análisis jurídico. Frases en latín, expresiones rebuscadas, palabras “elegantes” que suenan importantes… pero que no dicen nada valioso.
Un abogado que llena sus escritos con locuciones como “ex ante”, “prima facie”, “in claris non fit interpretatio”, sin que eso tenga utilidad real, no está ayudando: está confundiendo.
Porque lo técnico tiene valor cuando aclara, no cuando complica.
Y si no aclara… mejor no decirlo.
Ahora que ya le pusimos nombre a estas maneras de enredar el Derecho, el objetivo no es que las memorices, ni que salgas a cazar abogados que las usen. La intención es otra, mucho más valiosa: reconocerlas cuando se presenten… y evitar caer en ellas.
Porque el vocabulario jurídico no está para adornar lo que decimos, sino para acercar la justicia a quienes lo necesitan. Y cuando hablamos con claridad, no solo comunicamos mejor: también hacemos justicia.
Entonces, ¿qué hacemos con todo esto?
Primero, hay que detectarlo. Porque solo cuando somos conscientes de cómo nos comunicamos, difícilmente podremos cambiar algo.
Después, toca corregirlo. Hablar claro no le quita seriedad al Derecho… le da sentido.
La idea no es simplificar por simplificar. Ni volver “sencillo” lo que es complejo. Se trata de que el conocimiento sirva, que llegue a quien lo necesita, y que se transforme en herramientas prácticas para la vida cotidiana. Porque si el Derecho no se entiende, no se cumple. Y cuando eso sucede… pierde su capacidad de proteger.
Así que si eres abogado, te invito a revisar cómo estás transmitiendo lo que tienes que decir.
Y si no eres parte del mundo jurídico, te invito a cuestionar todo lo que no entiendas. A preguntar. A exigir claridad. A no aceptar como válido un discurso que aparenta legalidad, pero que te impide comprender lo que realmente te afecta.
Porque la justicia empieza por las palabras. Y hablar claro... también es hacer justicia.
Abg. Carlos González
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